Hace años alguno de mis hermanos me pasó esta foto de mi madre cuando aún era una chiquilla de unos 13 años. A partir de aquella vieja foto saqué en grafito este dibujo, e incluí en él parte de la dedicatoria que le habían escrito mis abuelos, junto con la fecha. Porque haciendo memoria vi que la cosa tenía su historia. Según contaba mi madre en ese mismo año, 1937, ella fue uno de los casi 100.000 niños evacuados de Madrid y otras ciudades por el gobierno republicano. Huían de las bombas, porque aquella guerra tuvo el triste honor histórico de conocer los primeros ataques aéreos sobre ciudades.
El caso es que aquella niña y sus dos hermanos pequeños fueron trasladados a Cantonigrós, cerca de Gerona, a unos treinta kilómetros de la frontera con Francia. Se utilizaron colonias de Cataluña y Levante mientras hubo espacio, luego colegios y casas particulares. Y conforme el frente amenazaba de nuevo a los niños, muchos, dicen que más de 35.000, salieron del país. Mi madre tuvo relativa suerte porque, cuando se preparaba la evacuación a Francia, los abuelos consiguieron llevarle de nuevo a Madrid. Donde, eso sí, seguían cayendo bombas. El mes que viene la foto de esa pequeña refugiada cumple 80 años.
El relato me ha venido a la cabeza en el coche, escuchando la radio. A propósito de este nuevo día internacional del refugiado, hablaban algunos de esos pocos niños que aún viven para recordar aquella historia. El resto me temo que damos carpetazo al recuerdo. Y con él a las nuevas guerras, a los nuevos dramas, a los nuevos refugiados.