Pilar Aceña, acuarela
Retrato de Irena Sendler. Pilar Aceña, acuarela.

Supe hace años de Irena Sendler y le dediqué entonces un primer retrato. Era entonces una preciosa anciana, llena de vida y fuerza a pesar de su silla de ruedas y sus arrugas. Me impresionó la expresión de sus pequeños ojillos oscuros, compasivos, despiertos, tan firmes; su sonrisa bondadosa y desdentada. Y su historia, claro.

Si conocéis su historia os asombraría como a mi su valor y su bondad. Si no, merece la pena buscarla y saber de aquellos 2.500 niños rescatados del gueto de Varsovia, haciéndolos pasar por enfermos infecciosos o escondiéndolos de los modos más sorprendentes. De cómo ni siquiera la tortura de la Gestapo fue capaz de quebrar su fidelidad y su amor por los niños y quienes les ayudaban. De su salvación a las puertas de la muerte y los duros años de permanecer oculta, del miedo primero a los nazis y luego, durante décadas, al cruel régimen comunista de Polonia. Y de toda una larga vida anónima y sencilla, convencida de que debería haber hecho más, insatisfecha por los niños que no pudo salvar, hasta su propia muerte, hace ahora poco más de 10 años.

Como veis, ella aun me inspira: la mirada y el puño en un gesto enérgico. Y al ver cómo en Occidente avanzan de nuevo los partidos de ultraderecha, los discursos del miedo y la xenofobia, pienso si no estamos olvidando demasiado pronto. Si tal vez no deberíamos rememorar las tristes lecciones que debimos aprender del siglo XX, de hombres y mujeres como Irena Sendler.

Irena Sendler
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