Me encontré con el rostro de la pequeña Kausara en un reportaje sobre el terrible éxodo rohingya, y la sensación fue como cuando un niño te estira de la manga una y otra vez hasta que le haces caso. Pasa a veces, ves una imagen y la obra final ya está en tu cabeza reclamando que cojas un lápiz.
Con frecuencia me pregunto: ¿Qué es lo que nos impulsa a seleccionar los motivos de nuestras obras? Te detienes a mirar la infinidad de temas que se trabajan en el taller y lo abarcan todo. Luego en unos casos sabes más de la persona y entiendes mejor la elección. A veces preguntas y esconden historias, vivencias, deseos. En muchos otros casos ni siquiera tienen porqué ser conscientes. Pero no nos engañemos, no son casuales. Las motivaciones están ahí siempre, como historias contadas a medias en el reverso de cada lienzo y de cada papel.
En mi caso mejor no hacerme el interesante porque se me venir a la legua. Cada una de las arrugas de Ibrahim, la expresión entrañable y vital de Alba y por supuesto, las miradas preciosas de las niñas, de Sham, de Kausara, de Jasmin. Todos ellos de algún modo atrapados en los dramas lejanos de un mundo demasiado grande. Imposible disimular: en la otra cara de muchos de mis dibujos se esconden historias tristes, retratos que no alcanzo a arropar.