De Camille Claudel se ha escrito mucho. Incluso se han hecho un par de películas con su historia. Su tormentosa relación con Auguste Rodin, ampliamente recogida en una especie de prensa rosa de la historia del arte. Su difícil condición de escultora en un mundo de hombres, a la sombra de su amante, utilizada como bandera de la lucha por la igualdad de género, sueño aun por alcanzar en su totalidad.

Yo, que crecí en unos años en los que el arte parecía ser cosa de hombres, no supe nada de ella hasta hace relativamente poco. Lo que descubrí sobre todo es que tras esa historia triste de amores, celos y locura, aparecía uno de los grandes genios de la escultura. Claudel desgarraba el barro en emociones. Modelaba la luz. Romántica, simbolista, expresionista, su obra tiene una fuerza envidiable, inspiradora.

En esta conocida fotografía que ha servido de base para el retrato tiene 20 años, vive apenas el inicio de la relación con Rodin. Sus esculturas más conocidas están todavía a la espera de nacer entre sus manos. Poco más que una niña con la mirada hacia el porvenir, como un puente a través de los más de 130 años que nos separan. Me ha parecido adecuado construir su rostro con luz  sobre el color azul del papel, tal vez por un deseo de darle la serenidad que le robó la vida. Porque sabiendo lo que nos cuenta la historia sobre su futuro, hay algo en esos ojos que duele.

Camille Claudel
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